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El ecofeminismo es una corriente de pensamiento y un movimiento social que integra feminismo y ecologismo poniendo de manifesto las relaciones existentes entre la subordinación de las mujeres y otros grupos sociales no privilegiados con la sobreexplotación y degradación del medio natural. Propugna que el sistema capitalista y neoliberal, en alianza con el patriarcal, ha generado una cultura de dominación y extractivista sin control suicida, puesto que los seres humanos somos ecodependientes, que debe ser sustituida por una relación armónica con la naturaleza. El término fue acuñado por la ecofeminista francesa Françoise d'Eaubonne en 1974 y se desarrolló sobre todo en Estados Unidos en el último tercio del siglo XX. Existen una diversidad de subcorrientes en el ámbito sociocultural, político y activista.[1][2][3]
Aunque han surgido diversas perspectivas ecofeministas de activistas y pensadoras de todo el mundo, los estudios académicos sobre el ecofeminismo han estado dominados por las universidades norteamericanas. Así, en el ensayo de 1993 titulado Ecofeminismo: Toward Global Justice and Planetary Health, las autoras Greta Gaard y Lori Gruen esbozan lo que llaman el "marco ecofeminista". El ensayo proporciona una gran cantidad de datos y estadísticas, además de sentar las bases de los principales aspectos teóricos de la crítica ecofeminista. Dicho marco establece claves para entender la actual situación global y qué se puede hacer para revertir la degradación
Basándose en el trabajo de las académicas norteamericanas Rosemary Ruether y Carolyn Merchant, Gaard y Gruen sostienen que este marco tiene cuatro aspectos a tener en cuenta:
Sostienen que estos cuatro factores nos han llevado a lo que las ecofeministas ven como una "separación entre la naturaleza y la cultura" que es, para ellas, el origen de nuestros males planetarios.[4]
El ecofeminismo se desarrolló a partir de la preocupación anarcofeminista por la abolición de todas las formas de dominación, centrándose en la naturaleza opresiva de la relación de la humanidad con el mundo natural. Según Françoise d'Eaubonne en su libro Le Féminisme ou la Mort (1974), el ecofeminismo relaciona la opresión y la dominación de todos los grupos marginados (mujeres, personas de color, niños, pobres) con la opresión y la dominación de la naturaleza (animales, tierra, agua, aire, etc.). En el libro, la autora argumenta que la opresión, la dominación, la explotación y la colonización de la sociedad patriarcal occidental han causado directamente un daño medioambiental irreversible. Françoise d'Eaubonne fue una activista y organizadora, y sus escritos alentaban la erradicación de todas las injusticias sociales, no sólo las que afectan a las mujeres y al medio ambiente.
Esta tradición incluye una serie de textos influyentes como: Women and Nature (Susan Griffin 1978), The Death of Nature (Carolyn Merchant 1980) y Gyn/Ecology (Mary Daly 1978). Estos textos contribuyeron a impulsar la asociación entre la dominación del hombre sobre la mujer y la dominación de la cultura sobre la naturaleza. A partir de estos textos, el activismo feminista de los años 80 vinculó las ideas de ecología y medio ambiente. Movimientos como la Campaña Nacional de Tóxicos, Madres del Este de Los Ángeles (MELA) y Nativos Americanos por un Medio Ambiente Limpio (NACE) fueron liderados por mujeres dedicadas a cuestiones de salud humana y justicia medioambiental. Los escritos de este círculo hablaban de ecofeminismo a partir de la política del Partido Verde, los movimientos pacifistas y los movimientos de acción directa.
Las primeras conexiones entre el feminismo y el ecologismo que dieron origen al ecofeminismo se encuentran en las utopías literarias de las feministas de los años setenta. En ellas se define una sociedad en la que las mujeres viven sin opresión, lo que implica la construcción de una sociedad ecológica, descentralizada, no jerárquica y no militarizada, con democracia interna y en la que prevalece el uso de tecnologías más respetuosas con el medio ambiente, etc.[cita requerida] Las ideas ecofeministas surgieron en distintos países entre ellos Francia, Alemania, Estados Unidos, Japón, Australia, Finlandia, Venezuela,[5] por la influencia del conocimiento de los problemas ecológicos. Una bióloga marina y periodista científica Rachel Carson ya en 1962 había denunciado las fumigaciones de DDT que mataban a los pájaros y a través de la cadena alimentaria envenenaban poco a poco a los seres humanos. Carson no era una pensadora feminista pero influyó notablemente en el ecofeminismo posterior.[6]
Françoise d'Eaubonne, creadora del término ecofeminismo en 1974, sostuvo la existencia de un matriarcado originario que implicaba unas relaciones sociales de equidad entre hombres y mujeres. Más tarde este matriarcado sería reemplazado por un dominio absoluto de los varones sobre la fertilidad de las mujeres y de la tierra. La destrucción medioambiental contemporánea sería el resultado de esa historia de dominio patriarcal.[7]
El ecofeminismo nació como contestación a lo que desde ese movimiento definen como apropiación masculina de la agricultura y de la reproducción, (es decir, de la fertilidad de la tierra y de la fecundidad de la mujer) que habría derivado más tarde en el desarrollismo occidental de tipo patriarcal y economicista. Según el ecofeminismo esta apropiación habría producido dos efectos perniciosos: la sobreexplotación de la tierra y la mercantilización de la sexualidad femenina.
Otra de las autoras iniciales fue Susan Griffin con su libro Women and nature:The Roaring Inside Her (1978) una obra de gran poder evocador poético que llama a recuperar el contacto de las mujeres con la naturaleza, un contacto perdido por la dominación patriarcal.[1][8] Algunas de las autoras iniciales eran teólogas feministas, entre ellas Rosemary Radford Ruether o Mary Daly.
En Estados Unidos el ecofeminismo giró en torno a dos corrientes: el feminismo radical/cultural/espiritual, el cual resaltaba la que tendía a resaltar la similitud "natural" de las mujeres con el mundo natural y por otro lado el que se orientaba hacia perspectivas políticas más sociales derivadas del socialismo y el marxismo.[6]
En 1973, en el norte de la India las mujeres del Movimiento Chipko lograron proteger los bosques comunales abrazándose a los árboles en un acto de protesta pacífica que impedía su tala. Estas mujeres demostraron el valor del medio ambiente y lo defendieron en nombre del principio femenino de la naturaleza.[9]
En 1977, Wangari Maathai creó en Kenia el Movimiento Cinturón Verde, un programa rural de plantación de árboles para prevenir la desertificación alrededor de los pueblos logrando plantar más de 50 millones de árboles. Al mismo tiempo que frenaba la desertificación tenía un contenido social dando trabajo a mujeres pobres.[10]
En 1978 en Nueva York la activista ambientalista Lois Gibbs lideró las protestas tras descubrir que su barrio Love Canal había sido construido sobre un vertedero tóxico. Muchos niños habían enfermado por esta causa que también producía problemas reproductivos en las mujeres. El movimiento fue un éxito y logró que el gobierno federal llevara adelante la evacuación y realojamiento de cerca de 800 familias.[11]
Si en un principio las tesis ecofeministas eran de corte esencialista con autoras como Mary Daly, en los años 90 se produce un giro constructivista.[1] No se puede hablar de ecofeminismo sino de ecofeminismos en plural.
En los años 80 y 90 el ecofeminismo explora nuevas intersecciones entre feminismo y otros movimientos de liberación y justicia social. Examina la relación entre género, raza, clase, naturaleza, especies y colonialismo. Se inspiran en las políticas de los partidos verdes, los movimientos pacifistas y de acción directa.
Uno de los textos más influyentes es The Death of Nature (1980) de Carolyn Merchant que estudia la evolución del concepto de naturaleza desde el renacimiento a la modernidad mostrando la relación entre el imaginario filosófico y la aparición del capitalismo que reduce la naturaleza a materia prima.[12]
A finales de los 80 surge una importante obra proveniente del Sur, Staying Alive (1988) de Vandana Shiva que critica el "mal desarrollo" que Occidente impone al resto del mundo. En 1990 Carol Adams publicó La política sexual de la carne explorando la relación entre la opresión de las mujeres en nuestra sociedad y la explotación animal. En él plantea un ecofeminismo vegetariano.[13]
En Australia destacan dos importantes pensadoras: la socióloga Ariel Kay Salleh y la filósofa Val Plumwood. Ambas han establecido un diálogo crítico con la ecología social y la ecología profunda. En América Latina la teóloga brasileña Ivone Gebara desarrolla su obra ecofeminista desde la Teología de la liberación.[14] Constituye un referente para el colectivo ecuménico ecofeminista Con-spirando.[15] La estadounidense Karen Warren categorizó un marco conceptual opresivo o Lógica de la Dominación que sería común a todas las formas de opresión.[16]
En España la filósofa ecofeminista Alicia Puleo plantea un ecofeminismo crítico no esencialista, que tanto en la ética de la vida cotidiana como en los movimientos sociales permitiría avanzar hacia una convivencia de respeto y justicia hacia la naturaleza.[17]
El ecofeminismo:
La ecología política feminista (EPF) se ha convertido en un campo expansivo y abierto que abarca diversas teorizaciones acerca de las relaciones sociales de poder asociadas con la naturaleza, la cultura y la economía.[20] La EPF identifica y desafía concepciones y prácticas masculinas dominantes de conocimiento y autoridad, enfatiza en las formas de investigación y práctica que empoderan y promueven la transformación social y ecológica para mujeres y otros grupos marginados.[20] Todos los enfoques de la EPF parte de la premisa de que el cambio ambiental no es un proceso neutral susceptible de gestión técnica, sino que surge a través de procesos políticos. Es por ello que la EPF dirige la atención a varias formas de agencia política que surgen por contextos específicos y complejos como las de académicos/cas, legisladores/as, profesionales y activistas.[20]
En concepto clave del ecofeminismo surgido en América Latina, proveniente de las luchas de las comunidades indígenas y su resistencia contra tres formas principales de opresión que se entrelazan: patriarcado, colonialismo y extractivismo/neoextractivismo. Se trata tanto de una categoría de análisis teórico como de un método práctico de resistencia que vincula el cuerpo de las mujeres como territorio a defender y la Tierra como dotada de derechos frente a su explotación.
Proviene de la analogía entre el cuerpo de las mujeres y el territorio en el cual existe. Es ante todo un concepto histórico. De hecho, el colonialismo, es decir, la conquista y explotación física, política, social e ideológica de un territorio, debe pasar por la conquista de los cuerpos, en particular los cuerpos femeninos. Se imponían tratamientos de explotación a las mujeres durante la colonización española de America, como la mercantilización de mujeres y niñas, la violación masiva y la mutilación de los cuerpos.[21] La conquista del territorio se convierte en explotación del cuerpo de las mujeres, y el cuerpo de las mujeres se convierte en territorio a defender.
El nacimiento del concepto de Cuerpo-Territorio en el seno de las comunidades indígenas no es casualidad. Estos territorios son sistemáticamente el objetivo del extractivismo y de la colonización. Las mujeres de estas comunidades son impactadas en sus cuerpos, pero también utilizan estos para resistir y luchar. El concepto se construye y se utiliza en oposición a la construcción de una dicotomía jerárquica entre el cuerpo y la naturaleza, entre el interior y el exterior, que daría una supuesta legitimidad a la explotación de la naturaleza por los cuerpos.[22]
También, es pertinente mencionar la práctica del “Mapeo” del cuerpo-territorio, una representación física mediante el dibujo del cuerpo y las violencias que este sufre y ha sufrido. Así, se representa sobre el cuerpo el mapeo de los conflictos territoriales para entenderlos desde una perspectiva corpórea y consecuentemente subjetiva. La investigadora Delmy Tania Cruz Hernandez desarrolla un ejemplo concreto en su libro,[23] relatando la historia de una sobreviviente de la matanza de Acteal, quien, después de esta tragedia, dibujó una cruz roja sobre el corazón de su mapeo, y el resto de su cuerpo quedó vacío debido al trauma. El mapeo se convierte así en una forma de resistencia, concretando las repercusiones de la explotación del territorio sobre los cuerpos.[23]
No obstante, el cuerpo-territorio tiene como objetivo reflexionar sobre el cuerpo y el territorio en un continuum, [24]no como elementos separados, sino como dos caras de la misma moneda.
En los años 1980 se observa el surgimiento del feminismo comunitario en Guatemala, liderado por Lorena Cabnal, con el objetivo de establecer un vínculo entre el territorio, el cuerpo y la Tierra.[25] A través de la creación de la organización Amixmasaj en la montaña guatemalteca, Cabnal busca defender a las mujeres de las violencias físicas y sexuales, así como de la exclusión que sufren, especialmente cuando entran en juego los intereses de conquista y explotación territorial.
"Las violencias históricas y opresivas existen tanto para mi primer cuerpo, como también para mi territorio histórico, la tierra." (Lorena Cabnal). [26]
Esta lucha adquiere una connotación particular en las grandes zonas de explotación minera, donde se enfrentan a las violencias sufridas por las mujeres de las comunidades vecinas por parte de los hombres que vienen a trabajar, así como a la contaminación de sus cuerpos, siendo las principales afectadas por la polución generada por estas actividades industriales.[25]
En la actualidad, el concepto es construido académicamente por la doctora y activista feminista, anticolonialista y ecologista Delmy Tania Cruz Hernández en su libro Mujeres, cuerpo y territorios - entre la defensa y la desposesión. La investigadora mexicana desarrolla principalmente la idea de una “repatriarcalización de los territorios”[27] causada por un aumento de las actividades extractivistas en América Latina, dominadas por los hombres. En el estado de Chiapas, México, por ejemplo, las desigualdades entre hombres y mujeres están en aumento, ya que las mujeres no tienen acceso a la propiedad de la tierra, lo que les priva de su capacidad de decisión en las asambleas comunitarias, así como de su independencia económica y soberanía alimentaria.[27]
Se destaca la lucha del EZLN en el estado de Chiapas por la defensa del territorio y las comunidades con el objetivo de lograr el reconocimiento de su autonomía. La resistencia del EZLN desde su levantamiento en 1994 demuestra la voluntad de reapropiación de los cuerpos y del territorio, violentados por la colonización, el patriarcado y el extractivismo. Esta lucha se inscribe en los cuerpos, que enfrentan actos de extrema violencia en el contexto del paramilitarismo en Chiapas, como la matanza de Acteal de 1997 que se dirigió en particular contra los cuerpos de las mujeres y niñas tzotziles.[28]
En Ecuador, la doble lucha de protección del cuerpo y del territorio se ilustró durante la marcha de las mujeres amazónicas hacia Quito en octubre de 2013. Esta marcha se realizó con el objetivo de exigir "la continuidad de la vida de los pueblos originarios", declarando su territorio como “selva viva” y luchando contra la expansión de la explotación petrolera.[29]
El cuerpo de las mujeres se reveló como una encarnación del territorio a defender en el espacio público patriarcal. La identidad y salud del grupo y de los cuerpos están vinculadas al estado de su entorno. La explotación de las tierras resultante del extractivismo y del neoextractivismo provoca un deterioro de este entorno, a través de la contaminación de la tierra, del aire y de las aguas, y, por consiguiente, de los cuerpos, los grupos identitarios y los medios de reproducción de la vida.[30] La explotación de los territorios es violenta hacia los cuerpos individuales y colectivos. La lucha de estas mujeres era por la supervivencia de su entorno como por la de sus cuerpos.[31]Sin embargo, la negativa del presidente de la época, Rafael Correa, de recibir o dialogar con este movimiento demuestra la falta de reconocimiento hacia estos cuerpos femeninos en resistencia.[29]
Las críticas al ecofeminismo tienen relación con los siguientes puntos:
Vandana Shiva, ecofeminista de la India, filósofa y activista altermundialista, fue una de las primeras en denunciar el deterioro de las condiciones de vida de las mujeres del Tercer Mundo causado por el mal desarrollo. Es pacifista, seguidora de Gandhi, premio Nobel alternativo y premio Vida Sana 1993. Movilizó en su país a 5 millones de campesinos contra la Unión General de Tarifas de Comercio (GAT) y de liderar la gran movilización en contra de la globalización del comercio en Seattle a finales de 1999. Fundó Navdaya, un movimiento social de mujeres para proteger la diversidad y la integridad de los medios de vida, especialmente las semillas. Actualmente, su activismo está centrado en la lucha contra los transgénicos.[37]
Wangari Maathai, una de las principales figuras del ecofeminismo y Premio Nobel de la Paz 2004, fundó en 1977 el Movimiento Cinturón Verde (Green Belt Movement en inglés) en Kenia, con el cual plantó más de 50 millones de árboles para evitar la deforestación y desertización. Este programa fue realizado por mujeres, quienes recibían una paga por plantar árboles y así poder mantener a sus hijos. En 1986, el Movimiento instauró una red panafricana (Pan African Green Belt Network). Tenía una visión holística con respecto al desarrollo sostenible que engloba la democracia, los derechos humanos, y en especial, los derechos de las mujeres.[38]
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