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La alfarería en Cantabria, como fenómeno etnográfico posterior a la romanización, sintetiza influencias de zonas periféricas como Asturias, Burgos y León.[1] Sus centros más importantes fueron Cos y los distribuidos por los valles pasiegos.[2]
En la antigua provincia de Santander, como en el resto del Norte español, las industrias de loza fina que nacieron con la Ilustración se instalaron cerca de la costa cantábrica, próximas a las vías de comercio naviero.[3]
Así ocurrió con las de Isla, Posadoiros, las menores de Noja y Las Llamas, y la más importante y duradera, la de Galizano, citada por Madoz. Todas ellas intentaron competir con las lozas finas importadas del extranjero, sin poder superar el inconveniente económico del alto precio del plomo y el estaño, indispensables para el baño esmaltador.[4]
Otra importante industria de loza industrial fue la fábrica de la Ibero Tanagra (en la línea de los Pickman sevillanos o La Segovianade los Zuloaga). Instalada en el barrio de Adarzo, en Santander, fue fundada en 1912 la firma Abarca Raba y Compañía. Produjo inicialmente vajillas y juegos de café, y a partir de la década de 1920, cerámica sanitaria y eléctrica. Entre las decoraciones con estampaciones calcográficas, destacan algunos diseños de José Arrúe.[5]
Recogidos en los diccionarios de Miñano y Madoz y glosados por el etnógrafo montañés Adriano García Lomas,[6] queda referencia de alfares populares en el interior: zona de Trasmiera, ollerías de Cos, en Mazcuerras, y en puntos de los valles de Cabuérniga y Perozo.
Por su parte, la historiadora Natacha Seseña en su guía de cacharrería popular, menciona alfares desaparecidos en Coto de Estrada, Potes y Cos.[1] Por su parte, el Museo de Chinchilla, en Albacete, expone piezas antiguas y nuevas recogidas en Oruña de Piélagos, Ruiloba, y Santillana del Mar.[7]
Esta localidad usó ruedas de mano semejantes a las de Faro en tierras asturianas. Se fabricaron cazuelas, ollas y pucheros, genéricamente llamados “vasa”, “tarreñas” o jarras de pastor, y “embernías” (unos barreños vidriados como los usados en Campoo para la producción de nata. En su conjunto, eran de basta factura, vidriado interior y toscos elementos decorativos como chorreaduras o tierra clara.[1] Se documentan ocho hornos de cerámica en el siglo XVIII.[8]
En el Museo Nacional de Antropología (y antes Museo del Pueblo Español) se etiqueta una colección de piezas de loza muy basta en vidriado estannífero y decoración azul oscuro y datadas en el siglo , con el nombre de Talavera de Pas (Valle del Pas), tomando la denominación de 'talaveras' por la popular cerámica de ese foco toledano.[1][9][nota 1]
También se documenta actividad en Meruelo y Ojáiz, alfares extinguidos de obra basta similar a la fabricada en las vecinas Merindades. Ya en el siglo xxi algunos artesanos trabajan en la recuperación de formas y decoraciones de la fábrica de loza de Galizano (blanca con decoraciones vegetales y geométricas en azul y verde), y en cacharrería de los alfares mencionados.[2]
A partir de 1986, en torno al llamado “Colectivo de ceramistas de Cantabria” se crearon talleres como “Cartes”, “El Molino”, “Engobe”, “La arena”, “La Aurana”, “Barros”, “Ruiloba”, y de otros ceramistas como Isabelle Beaumont, Raquel Herreros, Mª Ángeles Velarde, Víctor Manuel da Silva, Cristina Alejano Colino, Rafael Blanco, Serafín Torices Argumosa.[5] En Revilla de Camargo Juan José Revuelta diseña murales en cerámica de grandes dimensiones.[10]
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